Esta es la pregunta que con frecuencia se realiza, cuando en alguna
discusión manifestamos que los anarquistas queremos eliminar cárceles y
cuerpos de policía en la futura sociedad libertaria.
Normalmente el anarquista responde que el tipo de delito de esta
sociedad, es la consecuencia de una serie de causas: si hay dinero y
desigualdad en su reparto, habrá quien lo robe. Por el contrario, si
desaparece el dinero y la posibilidad de acumular riqueza, dejará de
existir el robo. Es decir: si eliminas la causa, desaparecerá el efecto.
En una sociedad anarquista, en una sociedad libre, sin dominación e
igualitaria, multitud de delitos desaparecerán.
A pesar de ello, objetan, seguirá habiendo crímenes, ya que
determinadas conductas sociopáticas no dependen del ambiente, ya sea la
sociedad más libre que se pueda imaginar. Hay conductas que vienen
inscritas —de alguna manera—, en la propia personalidad. Hay individuos
que disfrutan matando, vejando, humillando sexualmente. Hay personas que
llevan en la sangre el asesinato, que se ven compulsivamente impelidas a
realizarlo... Y vuelven a preguntar: «¿cómo neutralizaríais a esos
sociópatas?, ¿qué haríais con ellos?».
Lo que vienen a decir, es que hace falta un cuerpo policíaco
eficaz que investigue esos casos escabrosos, y una institución que
reinserte socialmente a los delincuentes.
A esto respondemos lo siguiente: que en la actualidad la policía
no es eficaz para erradicar el delito; que la cárcel no sirve para la
función de reinserción social; que de la ley no emana la justicia.
A) La policía no es eficaz para erradicar el delito. La creencia en su eficacia es debida —en gran medida—, al autobombo y a la propaganda.
- En la sociedad se producen un número de delitos muy superior al
de los que son conocidos por la policía, ya que la mayoría de los
pequeños delitos no son denunciados. De los delitos conocidos mediante
denuncia, muchos no son investigados y se archivan. De los que son
investigados, tan solo el 30% son resueltos. De los que son resueltos habría que descontar
los que son mal resueltos culpabilizando a inocentes con buena o mala
fe, o los que se dan por resueltos sin haberlo sido...
- El Ministerio del Interior suele además falsear las
estadísticas para que aparezcan menos delitos de los realmente
conocidos.
- Si combatir el delito es el objetivo de la policía, se la
debería ver en los barrios marginales, controlando los puntos de venta
de droga, el tráfico de armas, los vehículos robados... Sin embargo, en
estos barrios no sólo no hay comisaría, sino que es muy raro que entren
en ellos unidades policiales, dada la hostilidad con que son recibidas.
- Por el contrario la policía a quien se dedica a controlar
concienzudamente, es a ciudadanos “normales”. Quien está correctamente
identificado, trabaja, posee domicilio, no va armado, carece de
instintos agresivos..., es más fácilmente controlable. La policía no
sirve tanto para reprimir al delincuente, como para evitar que la gente
de «ley y orden» se atreva a delinquir. Piénsese en la cantidad de
medios «antidisturbios» que posee la policía.
- En consecuencia lo que pretende la policía no es erradicar la
delincuencia, sino mantenerla dentro de unos límites. Es decir, que
exista un ghetto sirve —según este razonamiento—: primero para
justificar el gasto en un apartato represivo; segundo, para que el
ciudadano honrado se sienta defendido. De esta manera la víctima acaba
pagando a su propio verdugo. No decimos que esto sea consciente, sino que funciona de esa manera.
- La policía sólo podría ser eficaz cuando hubiese pocos delitos.
En una sociedad como la nuestra, en la que se cometen delitos
continuamente, sólo es eficaz en aquellos casos especialmente relevantes
a los que «miran» o que «interesan».
- Hay muchos delitos, porque las circunstancias de esta sociedad
favorecen que los haya. Al existir un régimen que defiende la propiedad
privada, la desigualdad y el privilegio, de los más de dos millones de
delitos «conocidos» que se producen anualmente, el 80% son
«contra la propiedad». Este número ingente de delitos, convierte en
ineficaz cualquier actividad policial.
- La policía no sólo es ineficaz para eliminar el delito, sino
que más a menudo de lo que parece, lo impulsa y estimula.
- Hay que mencionar, además, los propios delitos que realiza la
policía en el ejercicio de sus funciones: desde negligencias hasta
abusos, cohechos, torturas, asesinatos...
B) La cárcel no puede reinsertar al delincuente. La función de la
cárcel no es la de reinsertar al delincuente en la sociedad de la que
se ha salido. Es absurdo que se pretenda socializar a alguien, sacándolo
de esa sociedad, desarraigándolo, aislándolo tras unos muros,
hacinándolo con miles como él, y haciéndole pasar una serie de
humillaciones que quitan la dignidad y la libertad de las personas. Un
régimen de esclavitud sólo puede generar su propia perpetuación y la
sumisión o la reacción violenta de quienes lo soportan. Por eso la
cárcel es un antro en el que los abusos, la violación de los derechos
humanos, los asesinatos..., son tapados con hermosas palabras como
reinserción. La función de la cárcel es la que siempre ha tenido: la
ejecución en el último tramo del circuito represivo, de la venganza y el
castigo de aquellos grupos que son privilegiados por las leyes. Esta
venganza se efectúa sobre un preso, del que se espera su sometimiento, o
en caso de no conseguirse, su aniquilamiento.
C) La ley no puede proporcionar la justicia. Porque las leyes
lo que hacen es asentar privilegios e injusticias. Vivimos en una
sociedad desigual, en la que unos son pobres y otros ricos. Dado que las
leyes se dedican a la defensa de la propiedad privada y los derechos de
los individuos, lo que hace la ley es refrendar la desigualdad. Al
definir como delito que el que no tiene tome aquello que posee el que
tiene, lo que hace es condenar a la cárcel a los desposeídos.
A pesar de todos los argumentos de los clásicos y de los modernos
que ofrecemos en contra de las cárceles, policías y leyes, los
detractores del anarquismo insisten en que en una sociedad anarquista,
aún existiendo pocos delitos, siempre se tendrán que perseguir los de
los individuos claramente enfermos, o simples criminales, que atenten
contra la vida y la integridad de las comunidades y de las personas, y
que para ello seguirá siendo inevitable la creación de cárceles y
cuerpos de seguridad.
Imaginemos pues, que en una comunidad anarquista aparecen una
serie de muertes misteriosas (pongamos un centenar), cometidas por un
asesino invisible, letal, silencioso, que no deja huella a su paso.
¿Quién se ocuparía de descubrirlo?
La respuesta es que lo descubriría el servicio de salud pública, a
través de su equipo de vigilancia epidemiológica, siguiendo los métodos
de la ciencia médica. Así se determinan los agentes causales de
distintos envenenamientos masivos, poniendo nombre y apellido al veneno y
señalando al responsable: la talidomida, el mercurio, el vibrión
colérico, los aceites industriales. No se llama a la policía para
descubrir una secuencia de cien fallecimientos y miles de lesionados. No
se espera a decenas de tipos vestidos de azul y armados con porras. Se
avisa a los epidemiólogos, a biólogos, a técnicos, a científicos,
hombres y mujeres vestidos de calle o con bata blanca, que preguntan,
observan, analizan, descubren y toman medidas. Quien es capaz de
encontrar un virus, puede descubrir cualquier asesino, sea humano o
venido de ultratumba. Y son esos técnicos, que no ostentan la capacidad
represiva de un policía, quienes pueden aislar, controlar y reducir esas
posibles amenazas, mediante la ayuda —si es preciso—, de otros
profesionales que intervienen en situaciones de catástrofe: bomberos,
protección civil.
No hace falta —por lo tanto—, un cuerpo dotado de funciones
represivas, que se beneficie del delito para justificar su existencia.
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